A los pies del Parque Nacional de Timanfaya, donde la tierra negra aún guarda el aliento del volcán, nace una nueva identidad para una bodega que busca reflejar el alma del paisaje lanzaroteño. La marca se trabaja en forma de síntesis visual y material de un entorno único: un lugar donde la destrucción ha dado paso a la oportunidad, donde la vid se abre camino en cráteres excavados por el hombre en la ceniza volcánica.
CASA ALTHAY
Entre cenizas y el cielo
La propuesta de diseño parte de un profundo respeto por el contexto. Las botellas, elaboradas en vidrio reciclado, incorporan una textura perforada que emula los característicos hoyos en los que se cultivan las vides, protegidas del viento por pequeños muros de piedra. Esta textura no es sólo decorativa: es un gesto táctil que conecta con la experiencia física del terreno.
El etiquetado recurre al papel en su mínima expresión, sin ornamentos. La gama de vinos se articula en una narrativa visual declinable, coherente en su sobriedad y poderosa en su simbolismo. Cada referencia es una variación del mismo paisaje: pequeños volúmenes blancos que simbolizan la casa bodega de arquitectura vernácula, enmarcados por la vastedad negra del terreno y coronados por el azul inconfundible del cielo isleño.